martes, 2 de febrero de 2010

Otro recuerdo gastronómico, la sopa de ajo.

Decían en casa que era comida de reyes. Y yo creo que este comentario estaba alimentado por lo agusto que se comía esta sencilla receta que, sin embargo, es tan difícil de acertar.

Muchas veces el placer que nos provoca un plato es inexplicable, y además nos hace plantearnos pensamientos elevados, quizá de ahí el comentario.

Mi madre la hacía de vez en cuando y la satisfacción de mi padre y mi hermana mayor eran evidentes. A mí jamás me gustó pero hoy día mi gusto ha cambiado notablemente.

Se frie un ajo a trocitos y con el ajo unas rebanadas de pan que sean finas para que así no absorva todo el aceite. Se añade un poco de pimentón dulce y se remueve para que no se queme. Se añade inmediatamente un poco de agua o caldo; preferentemente caldo de verduras o de pollo y se deja cocer unos minutos. Lo suficiente para, al final de la cocción echar un huevo y que se haga escalfado junto con la sopa.

Respecto a la sal, poca, es mejor que sea poca ya que nuestra salud lo agradecerá a la larga y se controla en el momento en que ponemos el caldo. Podemos añadirle un majadito con peregil e incluso alguno de los ajos que hemos frito y habremos separado previamente para este majado.

Bueno esta es la receta y quiero añadir que se me hace la boca agua sólo de pensar en ella. Se trata de una receta sencilla y tradicional que estuvo presente en casi todas las mesas españolas de clase media y que solemos relacionar con nuestos padres o abuelos.

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