Hacía ya tiempo que no publicaba una entrada en este Blog, e intentando recordar, si que es cierto que este verano he ido algunos días a la playa con mi mujer, tanto a la playa de Pinedo, a la que solemos ir todos los años, como a la playa de El Saler.
Esta última playa entronca con vivencias infantiles en las que pasábamos todo el día expuestos al sol mientras mi padre pescaba. Y cuando llegábamos a casa teníamos que empaparnos en vinagre para rebajar la inflamación de la piel.
Un día de esos de pesca y playa, en El Saler, mi hermano mediano perdió pie y se metió en esos surcos que hace el agua al retirarse de la orilla, hay quien los llama hoyos. La cuestión es que mi madre de inmediato vio que el pequeño se escurria hacia dentro del agua en un lugar donde debería de hacer pie y lo cogió "al vuelo".
Al entrar en la playa, las piedras y cantos rodados se clavan en la planta de los pies, y entrando más en la orilla, de inmediato, caes en ese surco cubriéndote el agua por la cintura para seguir andando hasta un punto elevando en el que no te cubre más que por la rodilla, desde donde luego sigues y te ves prácticamente nadando con el mar por los hombros.
Es una playa, dicen, traicionera en este sentido. No te puedes fiar mucho y si hace un poco de mar la corriente suele ser notable por entre esos surcos que discurren paralelos a la orilla.
Mi madre también solía contarme que mi abuelo naufragó con su barca frente a la playa de El Saler, que fueron unos lugareños a rescatarles y que después de aquello mi abuelo solía acercarse a las casas conde vivía aquella gente para llevarles pescado fresco como agradecimiento. Eran otros tiempos.
miércoles, 25 de agosto de 2010
lunes, 24 de mayo de 2010
Cambios en el gusto.
En mi mente y también en mi corazón quedan lor recuerdos relativos al gusto. Al gusto relacionado con la gastronomía.
No me gustaban la longanizas de Frankfurt, por ejemplo, pero luego más tarde si me agradaron con buena cosa de Kepchut, cambió mi gusto. Igualmente no me gustaban para nada las verduras igual que a cualquier niño de hoy, y de ayer también, y sin embargo es uno de mis platos favoritos ahora.
El repollo me encanta y precisamtne el otro día "inventé" una receta con repollo de lo más sencilla y exquisita.
Me invento recetas y a algunas les doy nombre como a los Rollitos Escorial, hechos con carne picada, etc. pero esto lo contaré otro día. Al igual que la receta de Macarrones Rellenos que asombra a todos los que están atentos al plato.
No me dilato más. Hace falta: medio repollo; setas de cardo; un diente de ajo; agua; aceite; sal; finas hiervas; unos huesos de pollo para hervir.
Se coge medio repollo y se hierve en una cazuela con unos huesos de pollo para que aporten algo de gusto, y una vez hervido y en su punto, se aparta.
En una sarten amplia se frien unas setas de las de cardo cortadas en juliana y un diente de ajo pequeño. Se puede añadir algo de hiervas, como orégano o algo similar, pero poquito.
Se añade el repollo hervido en trozos cortados como de juliana y se añade un poco más de aceite antes para compensar. Se dan unas vueltas para que el repollo pierda agua y cuando ha tomado color se aparta y se sirve directamente en el plato.
La gracia de este plato es el intenso contraste entre las setas y el repollo, y puede ser un plato principal, o acompañar una carne o un pescado.
Y pensar en que mi madre, Teresa, me persegía con una zapatilla en la mano a la hora ce comer verduras...
No me gustaban la longanizas de Frankfurt, por ejemplo, pero luego más tarde si me agradaron con buena cosa de Kepchut, cambió mi gusto. Igualmente no me gustaban para nada las verduras igual que a cualquier niño de hoy, y de ayer también, y sin embargo es uno de mis platos favoritos ahora.
El repollo me encanta y precisamtne el otro día "inventé" una receta con repollo de lo más sencilla y exquisita.
Me invento recetas y a algunas les doy nombre como a los Rollitos Escorial, hechos con carne picada, etc. pero esto lo contaré otro día. Al igual que la receta de Macarrones Rellenos que asombra a todos los que están atentos al plato.
No me dilato más. Hace falta: medio repollo; setas de cardo; un diente de ajo; agua; aceite; sal; finas hiervas; unos huesos de pollo para hervir.
Se coge medio repollo y se hierve en una cazuela con unos huesos de pollo para que aporten algo de gusto, y una vez hervido y en su punto, se aparta.
En una sarten amplia se frien unas setas de las de cardo cortadas en juliana y un diente de ajo pequeño. Se puede añadir algo de hiervas, como orégano o algo similar, pero poquito.
Se añade el repollo hervido en trozos cortados como de juliana y se añade un poco más de aceite antes para compensar. Se dan unas vueltas para que el repollo pierda agua y cuando ha tomado color se aparta y se sirve directamente en el plato.
La gracia de este plato es el intenso contraste entre las setas y el repollo, y puede ser un plato principal, o acompañar una carne o un pescado.
Y pensar en que mi madre, Teresa, me persegía con una zapatilla en la mano a la hora ce comer verduras...
miércoles, 19 de mayo de 2010
Les oronetes.
Me contaba mi padre cosas de cuando vivió en la Carrasca, una zona de la huerta de Valencia próxima a la ciudad.
En época de gerra cuando él tenía 10 años y correteaba con un almuadón a la espalda mientras los aviones sobrevolaban los campos para dirigirse a bombardear el puerto. Me imagino esa fascinante imagen y a la vez terrible de los aviones pasar y dejar caer las bombas, el ruido la forma aeroidinámica de los aparatos y la terribilidad... Dios.
Para los ojos de un niño la tecnología y la belleza de aquello que se enlairaba y era capaz de sustentarse en el aire sumado a la destrucción debió de ser falgo tremendo.
Pero yo quería hablar de pájaros otra vez, de las golondrinas, bueno, realamente no sé si de aviones, vencejos o golondrinas pero si de quellos que con sus chillidos y vuelos atrevidos volaban a ras de suelo comiendo los posibles insectos que se cruzaban en su veloz camino.
También para los ojos de un niño valiente e inquieto, que buscaba aventuras serían, estoy convencido, todo un filón. Intentaba cazarlos con una caña que en su extremo tenía unos cables o alambres atados y que movían cuando se aproximaban las aves.
Explorar el mundo en ocasiones tiene eso, cierto nivel de crueldad pero me satisface enormemente que él siempre tildó aquello de custión infantil, y que se debía de respetar precisamente a les oronetes, que es como se llaman en valenciano a los aviones, vencejos y golondrinas.
Hoy día las veo pasar cerca del cauce nuevo del Turia inundando el cielo, o entre los campos cuando voy a visitar a mi madre, y en mi interior aparece la imagen de mi padre de niño intentando cazar una aventura de niño.
En época de gerra cuando él tenía 10 años y correteaba con un almuadón a la espalda mientras los aviones sobrevolaban los campos para dirigirse a bombardear el puerto. Me imagino esa fascinante imagen y a la vez terrible de los aviones pasar y dejar caer las bombas, el ruido la forma aeroidinámica de los aparatos y la terribilidad... Dios.
Para los ojos de un niño la tecnología y la belleza de aquello que se enlairaba y era capaz de sustentarse en el aire sumado a la destrucción debió de ser falgo tremendo.
Pero yo quería hablar de pájaros otra vez, de las golondrinas, bueno, realamente no sé si de aviones, vencejos o golondrinas pero si de quellos que con sus chillidos y vuelos atrevidos volaban a ras de suelo comiendo los posibles insectos que se cruzaban en su veloz camino.
También para los ojos de un niño valiente e inquieto, que buscaba aventuras serían, estoy convencido, todo un filón. Intentaba cazarlos con una caña que en su extremo tenía unos cables o alambres atados y que movían cuando se aproximaban las aves.
Explorar el mundo en ocasiones tiene eso, cierto nivel de crueldad pero me satisface enormemente que él siempre tildó aquello de custión infantil, y que se debía de respetar precisamente a les oronetes, que es como se llaman en valenciano a los aviones, vencejos y golondrinas.
Hoy día las veo pasar cerca del cauce nuevo del Turia inundando el cielo, o entre los campos cuando voy a visitar a mi madre, y en mi interior aparece la imagen de mi padre de niño intentando cazar una aventura de niño.
viernes, 26 de marzo de 2010
Tijeretas cortapichas.
Madre de Diós qué miedo daban, con sus pinzas medio abiertas, sobre todo cuando levantaban el abdomen... jamás hubo un insecto al que los niños tuviésemos tanto terror.
Y además te cortaban la picha, es decir el pene, eso si que era terríble, que cortasen aquel apéndice que de cuando en cuando cobraba vida propia y sobre el que no tenías control en las frias mañanas de primavera. Pero volviendo al insecto. Si, era terrible.
Vivían en el campo, debajo de las piedras y no era raro encontrarlos, al menos en la zona en la que yo viví de niño, con tantos campos y huerta entorno a unos pequeños bloques de edificios.
Más mayor y habiendo olvidado las miradas de esos cinco o seis años sobre el terrible monstruo cortapichas, aún seguia llamandome la atención sus fieras tijeretas.
Recuerdo que ya casado, planté un olivo para cultivarlo con la técnica bonsái y entre sus raices me encontré con un hermoso ejemplar. Lo tomé entre mis manos con sumo cuidado y lo observé, resultando un bicho de lo más interesante. Bueno uno no, venía con sus peques, que por cierto cuida como sólo una madre cuida a sus pequeños.
Lo dejé entre las raices del olivo pensando que ventilaría la tierra pero no pensé en que quizá se podría comer las raices del árbol, qué ingénuo por mi parte.
Ahora no recuerdo a santo de qué ha venido a mi mente el recuerdo de este bicho. Quizá por lo absolutamente aventurero que me resultaba levantar una piedra y verlos allí esperando a que sucediese algo más, tal vez debido a que me gustaría tener de nuevo eso cinco años para que me aterrase eso, un bicho cortapichas...
Y además te cortaban la picha, es decir el pene, eso si que era terríble, que cortasen aquel apéndice que de cuando en cuando cobraba vida propia y sobre el que no tenías control en las frias mañanas de primavera. Pero volviendo al insecto. Si, era terrible.
Vivían en el campo, debajo de las piedras y no era raro encontrarlos, al menos en la zona en la que yo viví de niño, con tantos campos y huerta entorno a unos pequeños bloques de edificios.
Más mayor y habiendo olvidado las miradas de esos cinco o seis años sobre el terrible monstruo cortapichas, aún seguia llamandome la atención sus fieras tijeretas.
Recuerdo que ya casado, planté un olivo para cultivarlo con la técnica bonsái y entre sus raices me encontré con un hermoso ejemplar. Lo tomé entre mis manos con sumo cuidado y lo observé, resultando un bicho de lo más interesante. Bueno uno no, venía con sus peques, que por cierto cuida como sólo una madre cuida a sus pequeños.
Lo dejé entre las raices del olivo pensando que ventilaría la tierra pero no pensé en que quizá se podría comer las raices del árbol, qué ingénuo por mi parte.
Ahora no recuerdo a santo de qué ha venido a mi mente el recuerdo de este bicho. Quizá por lo absolutamente aventurero que me resultaba levantar una piedra y verlos allí esperando a que sucediese algo más, tal vez debido a que me gustaría tener de nuevo eso cinco años para que me aterrase eso, un bicho cortapichas...
martes, 23 de marzo de 2010
Amapolas.
Hoy camino de la piscina he visto amapolas. Me he llamado la atención pues hacía ya mucho tiempo que no recababa en estas flores. Claro, que son de primavera...
De niño, camino del colegio pasaba por unos campos que estaban junto a un cine de verano, el Terraza Mar, el campo se llenaba de amopolas de un color intenso, rojo, pero no el rojo de la rosa, las amapolas tenían un rojo "especial".
Eran robustas y muy intensas, sin embargo las que he visto hoy aunque muy bellas quedaban algo pálidas.
Parece mentira que algo tan bello sea tan efímero. Quizá para eso crezcan, para ser instantes del tiempo, y para recordarnos que nosotros no dejamos de ser amapolas en otro suelo distinto.
Lejos de lo presumiblemente poético, es curioso ver estas plantas en los campos verdes en primavera.
De niño, camino del colegio pasaba por unos campos que estaban junto a un cine de verano, el Terraza Mar, el campo se llenaba de amopolas de un color intenso, rojo, pero no el rojo de la rosa, las amapolas tenían un rojo "especial".
Eran robustas y muy intensas, sin embargo las que he visto hoy aunque muy bellas quedaban algo pálidas.
Parece mentira que algo tan bello sea tan efímero. Quizá para eso crezcan, para ser instantes del tiempo, y para recordarnos que nosotros no dejamos de ser amapolas en otro suelo distinto.
Lejos de lo presumiblemente poético, es curioso ver estas plantas en los campos verdes en primavera.
martes, 9 de marzo de 2010
Pájaros en la cabeza.
No es una ocurrencia tonta, la verdad que que todos en algún momento de nuestra vida hemos pasdo por esto, pájaros en la cabeza... pero en esta ocasión es verdad.
Yendo a la piscina paso por un lugar que fue rica huerta y alquerías, y que ahora está modernizado como parque extenso, en donde aún por construir, entre las vallas muchos pájaros juegan con el viento.
Especies que me suenan de otras ocasiones, gorriones, verdecillos, y otros de los que desconozco el nombre revolotean y me hacen sentir verdaderamente feliz. Pequeños, inquietos y juguetones arman su especial revuelo.
En los lugares más altos, sobre los árboles y en este caso desde mi ventana, algún gilguero he visto y me acuerdo, no lo puedo evitar, de lo que me contaba mi padre sobre los pájaros.
Mi padre de niño, en tiempos de guerra vivió en La Carrasca, una zona de huerta muy hermosa. Él me contaba sus historias de como con una caña intentaba cazar golondrinas. Cosas de niños, de las que ya de mayor decía que no era correcto. Hablaba de los "gabachets" y de los gilgueros de sus cantos, y es que en otras épocas se vivía de otro modo.
Mi felicidad viendo pájaros. Menuda estupidez.
Yendo a la piscina paso por un lugar que fue rica huerta y alquerías, y que ahora está modernizado como parque extenso, en donde aún por construir, entre las vallas muchos pájaros juegan con el viento.
Especies que me suenan de otras ocasiones, gorriones, verdecillos, y otros de los que desconozco el nombre revolotean y me hacen sentir verdaderamente feliz. Pequeños, inquietos y juguetones arman su especial revuelo.
En los lugares más altos, sobre los árboles y en este caso desde mi ventana, algún gilguero he visto y me acuerdo, no lo puedo evitar, de lo que me contaba mi padre sobre los pájaros.
Mi padre de niño, en tiempos de guerra vivió en La Carrasca, una zona de huerta muy hermosa. Él me contaba sus historias de como con una caña intentaba cazar golondrinas. Cosas de niños, de las que ya de mayor decía que no era correcto. Hablaba de los "gabachets" y de los gilgueros de sus cantos, y es que en otras épocas se vivía de otro modo.
Mi felicidad viendo pájaros. Menuda estupidez.
martes, 9 de febrero de 2010
Espeleología.
Fue una de mis pasiones. Comenzó como algo lúdico, excursiones cortas con los amigos y amigas que sin duda estaban relacionados con algún grupo de espeleología. Recuerdo a gente de La Señera, un grupo de montañismo y espeleología primo o conocido de alguno de mis amigos.
Más tarde lo que eran excursiones en plan aventura se convirtió en trabajo, topografía y estudios de todo tipo pero esta etapa duró poco ya que era muy exigente el horario y acabamos muchos algo cansados de salir y pasar muchas horas para levantar planos y demás.
En esta etapa fui descubridor de cuevas vírgenes, al menos desconocidas, no catalogadas, y de ello consta un estudio que realizamos en Pedralba, junto a la Peña María. Un paraje verdaderamente excepcional; y un descubrimiento excepcional también pues en una de las cavidades hallamos hachas pulidas posiblemente del eneolítico, un buril de hueso y restos cerámicos. También un esqueleto, que dió nombre al sistema de cuevas, la sima del esqueleto.
El esqueleto presentaba una herida de arma blanca en el humero derecho y posiblemente no era prehistórico. Quizá victima de un atraco o asesinato hace mucho más de cien años. Al menos eso nos comentaba el forense del Museo de Prehistoria de Valencia cuando don Domingo Fletcher era su director.
Lo más entrañable fueron las excursiones, por supuesto, la afición entonces a la paleontología, que aún me dura, las experiencias deportivas...
No recuerdo el nombre pero entramos entre muchas y muchas simas a un bóveda, la segunda más grande de España, en la que cabía el Miguelete y era como un campo de futbol en su base.
Bajábamos por el hipotético badajo y las vistas impresionaban realmente. Otras también como la Sima del Caball en Olocau, y otras muchas de las que ni recuerdo al nombre ni la ubicación, conformas un catálogo de recuerdos maravilloso del que poseo fotografías y la sensación de haber hecho algo grande.
Libros, muchos, de técnicas, de historias sobre la espelunca... sobre Norbert Casteret y otros que configuraron la disciplinas en sus inicios.
Qué maravilla...
Más tarde lo que eran excursiones en plan aventura se convirtió en trabajo, topografía y estudios de todo tipo pero esta etapa duró poco ya que era muy exigente el horario y acabamos muchos algo cansados de salir y pasar muchas horas para levantar planos y demás.
En esta etapa fui descubridor de cuevas vírgenes, al menos desconocidas, no catalogadas, y de ello consta un estudio que realizamos en Pedralba, junto a la Peña María. Un paraje verdaderamente excepcional; y un descubrimiento excepcional también pues en una de las cavidades hallamos hachas pulidas posiblemente del eneolítico, un buril de hueso y restos cerámicos. También un esqueleto, que dió nombre al sistema de cuevas, la sima del esqueleto.
El esqueleto presentaba una herida de arma blanca en el humero derecho y posiblemente no era prehistórico. Quizá victima de un atraco o asesinato hace mucho más de cien años. Al menos eso nos comentaba el forense del Museo de Prehistoria de Valencia cuando don Domingo Fletcher era su director.
Lo más entrañable fueron las excursiones, por supuesto, la afición entonces a la paleontología, que aún me dura, las experiencias deportivas...
No recuerdo el nombre pero entramos entre muchas y muchas simas a un bóveda, la segunda más grande de España, en la que cabía el Miguelete y era como un campo de futbol en su base.
Bajábamos por el hipotético badajo y las vistas impresionaban realmente. Otras también como la Sima del Caball en Olocau, y otras muchas de las que ni recuerdo al nombre ni la ubicación, conformas un catálogo de recuerdos maravilloso del que poseo fotografías y la sensación de haber hecho algo grande.
Libros, muchos, de técnicas, de historias sobre la espelunca... sobre Norbert Casteret y otros que configuraron la disciplinas en sus inicios.
Qué maravilla...
martes, 2 de febrero de 2010
Otro recuerdo gastronómico, la sopa de ajo.
Decían en casa que era comida de reyes. Y yo creo que este comentario estaba alimentado por lo agusto que se comía esta sencilla receta que, sin embargo, es tan difícil de acertar.
Muchas veces el placer que nos provoca un plato es inexplicable, y además nos hace plantearnos pensamientos elevados, quizá de ahí el comentario.
Mi madre la hacía de vez en cuando y la satisfacción de mi padre y mi hermana mayor eran evidentes. A mí jamás me gustó pero hoy día mi gusto ha cambiado notablemente.
Se frie un ajo a trocitos y con el ajo unas rebanadas de pan que sean finas para que así no absorva todo el aceite. Se añade un poco de pimentón dulce y se remueve para que no se queme. Se añade inmediatamente un poco de agua o caldo; preferentemente caldo de verduras o de pollo y se deja cocer unos minutos. Lo suficiente para, al final de la cocción echar un huevo y que se haga escalfado junto con la sopa.
Respecto a la sal, poca, es mejor que sea poca ya que nuestra salud lo agradecerá a la larga y se controla en el momento en que ponemos el caldo. Podemos añadirle un majadito con peregil e incluso alguno de los ajos que hemos frito y habremos separado previamente para este majado.
Bueno esta es la receta y quiero añadir que se me hace la boca agua sólo de pensar en ella. Se trata de una receta sencilla y tradicional que estuvo presente en casi todas las mesas españolas de clase media y que solemos relacionar con nuestos padres o abuelos.
Muchas veces el placer que nos provoca un plato es inexplicable, y además nos hace plantearnos pensamientos elevados, quizá de ahí el comentario.
Mi madre la hacía de vez en cuando y la satisfacción de mi padre y mi hermana mayor eran evidentes. A mí jamás me gustó pero hoy día mi gusto ha cambiado notablemente.
Se frie un ajo a trocitos y con el ajo unas rebanadas de pan que sean finas para que así no absorva todo el aceite. Se añade un poco de pimentón dulce y se remueve para que no se queme. Se añade inmediatamente un poco de agua o caldo; preferentemente caldo de verduras o de pollo y se deja cocer unos minutos. Lo suficiente para, al final de la cocción echar un huevo y que se haga escalfado junto con la sopa.
Respecto a la sal, poca, es mejor que sea poca ya que nuestra salud lo agradecerá a la larga y se controla en el momento en que ponemos el caldo. Podemos añadirle un majadito con peregil e incluso alguno de los ajos que hemos frito y habremos separado previamente para este majado.
Bueno esta es la receta y quiero añadir que se me hace la boca agua sólo de pensar en ella. Se trata de una receta sencilla y tradicional que estuvo presente en casi todas las mesas españolas de clase media y que solemos relacionar con nuestos padres o abuelos.
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