Los últimos comentarios a mi Blog, me han hecho recordar; y como esto de los recuerdos acaba adquiriendo vida propia, desde la maravillosa experiencia de vivir en La Isla Perdida, he llegado a la playa, La Playa de las Arenas, o la de La Malvarrosa.
Desde La Isla Perdida caminábamos las familias por el Camino del Cabanyal, lo que hoy es Pedro de Valencia, hasta cruzar las vías del tren, de ahi al Mercado del Cabanyal donde recuerdo haciendo esquina un bar y una fuente en la que saciábamos nuestra sed yendo i viniendo.
Desde el Mercado del Cabanyal por la acequia de Engas - lo escribo así ya que no se bien su nombre escrito-, que hoy es la Avenida del Mediterráneo al final, y pasábamos a otro mundo, al mundo de la playa.
Después de unas casa de principios de 1900 o más antiguas, los astilleros La comba, las pequeñas dunas y la acequia, por donde andábamos hasta la orilla. También como no, a nuestra derecha las vallas de madera del balneario, Las Arenas.
El final de la acequia siempre nos premiaba con ese olor a podrido, a animales y plantas en descomposición y a barro...
La playa, de arena limpia blanca y fina nos esperaba para en ella desarrollar nuestra imaginación. Túneles, pozos, castillos y lo que a cada uno se le ocurriese hacer. Correr, vivir... y luego, después de haber hecho tiempo, aquel que nuestras madres preocupadas tenían definido como "las dos horas de la digestión", de la comida, el almuerzo o el desayuno... El bien merecido chapuzón en el agua.
A veces directamente nos metíamos en el agua de carrerilla, dando saltos como huyendo de que el agua nos tocase la "tripa...", con excesiva rapidez, y de cabeza... al agua.
De los muchos y muchos momento de playa, recuerdo como flashes, sobre todo a mi madre, intensa, majestuosa, llena de energía y jovialidad. Una mujer maravillosa que estaba pendiente de nosotros en todo momento y que se preocupaba de "la crema", por supuesto... faltaría más.
Que felicidad la de un niño en la playa con todo un mundo submarino por explorar.