miércoles, 19 de mayo de 2010

Les oronetes.

Me contaba mi padre cosas de cuando vivió en la Carrasca, una zona de la huerta de Valencia próxima a la ciudad.

En época de gerra cuando él tenía 10 años y correteaba con un almuadón a la espalda mientras los aviones sobrevolaban los campos para dirigirse a bombardear el puerto. Me imagino esa fascinante imagen y a la vez terrible de los aviones pasar y dejar caer las bombas, el ruido la forma aeroidinámica de los aparatos y la terribilidad... Dios.

Para los ojos de un niño la tecnología y la belleza de aquello que se enlairaba y era capaz de sustentarse en el aire sumado a la destrucción debió de ser falgo tremendo.

Pero yo quería hablar de pájaros otra vez, de las golondrinas, bueno, realamente no sé si de aviones, vencejos o golondrinas pero si de quellos que con sus chillidos y vuelos atrevidos volaban a ras de suelo comiendo los posibles insectos que se cruzaban en su veloz camino.

También para los ojos de un niño valiente e inquieto, que buscaba aventuras serían, estoy convencido, todo un filón. Intentaba cazarlos con una caña que en su extremo tenía unos cables o alambres atados y que movían cuando se aproximaban las aves.

Explorar el mundo en ocasiones tiene eso, cierto nivel de crueldad pero me satisface enormemente que él siempre tildó aquello de custión infantil, y que se debía de respetar precisamente a les oronetes, que es como se llaman en valenciano a los aviones, vencejos y golondrinas.

Hoy día las veo pasar cerca del cauce nuevo del Turia inundando el cielo, o entre los campos cuando voy a visitar a mi madre, y en mi interior aparece la imagen de mi padre de niño intentando cazar una aventura de niño.

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